Las lecciones de vida que me dejaron mis 20
Hace dos semanas cumplí 30 años, una edad que, con sinceridad, me daba miedo años atrás. Para mi sorpresa, ahora me siento más en paz conmigo misma de lo que me sentí diez años atrás, y de eso quiero hablar en este post. Quiero explicarte las lecciones de vida que aprendí a mis 20 para darte un rayito de esperanza.
Muchas personas le tienen miedo a los 30 porque sienten que es la edad del “muy tarde” para todo. A los 30 ya deberías estar casado, con hijos, con casa, con mascotas, con jardines…en fin, con la vida hecha.
Pero eso no es más que presión social, pues los 30 es solo otra etapa de tu vida con nuevos aprendizajes.
Lo que sí no es mentira es que en la primera década de la adultez surgen muchos cambios. Desde hábitos nuevos, hasta cambios de carrera. Nuevas amistades y nuevos lugares. Más autoconocimiento y menos complejos, etc. Los 20 son preciosos de muchas maneras, a veces sin que te des cuenta.
Te dejo aquí las lecciones de vida de mis 20, esperando que reflexiones con ellas.
No tendrás la vida resuelta a los 25
Cuando tenía 18 años (mayoría de edad en muchos países) juraba que a los 25 iba a tener la vida resuelta.
Me había comprometido a los 25 tener una casa, dos hijos, estar casada, vivir con 3 gatos y dos perros, y hacer mi vida en Londres y no en Caracas…ya te das una idea de lo irreal del asunto.
Pero tampoco hay que ser tan duro con uno. Estoy segura que tanto tú como otras personas se hacen falsas ilusiones en la adolescencia, y eso es natural. La adolescencia es una etapa de exploración y descubrimiento, por lo que es normal idealizar la adultez.
Lo cierto es que es más probable que no tengas todo resuelto a los 25. A esa edad todavía sigues aprendiendo muchas cosas. Ojo, si logras lo mismo que soñaste a los 18 ¡Excelente! pero si no, relax, no te castigues por ello.
Mi idea aquí es recordarte que está bien si no lograste a los 25 lo que tenías pensado lograr. Tienes mucho que recorrer todavía.
Deja atrás las comparaciones
Me da pena admitirlo, pero me comparé con varias personas por más tiempo del que creía capaz. No solo me comparaba en redes sociales, sino también en la vida real, utilizando un lenguaje poco gentil conmigo misma, y bajando mi autoestima lo más que pudiese al pensar que era una “cosa rara” en comparación a otros.
No fue sino hasta mis late twenties que entendí que de nada sirve compararse. Es inevitable de vez en cuando, pero lo más sano es crear un entorno que evite las comparaciones.
Deja de seguir cuentas que te alimentan tus inseguridades, sobre todo en redes como Instagram. Deja de alargar esas relaciones nocivas que te humillan o te hacen dudar de tu imagen y personalidad. Deja de creer todo lo que ves en la televisión, especialmente con presentadores, modelos, y actores.
En pocas palabras, aprende a hablarte gentilmente y entiende que nada es lo que parece. Eres inigualable.
Acepta el fracaso
Una de las lecciones de vida más duras es el fracaso. Es algo que me costó aceptar con el tiempo porque el miedo al fracaso era inmenso. Ahora puedo decir con toda sinceridad que el fracaso es necesario. Está bien equivocarse y está bien fracasar de vez en cuando.
Yo empecé a trabajar a los 18 años, y desde ese entonces me exigía mucho laboralmente y buscaba el “perfeccionismo” en todo lo que hacía. Al punto de que ante cualquier error colapsaba rápido y en muchos casos lloraba a escondidas. Con los años entendí que no tenía nada de malo equivocarse. Gracias a esos errores, he crecido más como persona.
No es cuestión de amor propio, sino de aceptación
Por todos lados nos venden esta idea de “amarte a ti mismo”, pero con sinceridad, creo que es más importante aceptarse a si mismo. En los 20 aprendí a aceptar cada aspecto de mi personalidad, incluso esas facetas menos agradables. Es más, con terapia y mucha paciencia hice las paces con mi pasado.
Más que amarte a ti mismo, confía en tu proceso y acepta lo que eres. Siempre es bueno mejorar como persona, pero no sin antes aceptar en dónde estás ahora y lo que eres. Con el tiempo irás logrando todo lo que te propones.
Perderás muchos “amigos”, y eso está bien
Hay lecciones de vida que se aprenden a las malas. En mi caso, perder amigos fue una de ellas. Aprendí esto de una manera horrorosa, pero necesaria.
Cuando cumplí 20 años pensé que me comería el mundo mientras estuviera rodeada de la mayor cantidad de gente posible. De hecho, tuve esa creencia por mucho tiempo. Con esa idea en mi cabeza decidí formar amistades, que si bien me nutrieron en su momento, también me hicieron mucho daño y luego se convirtieron en pesos emocionales.
Con el pasar de los años fui perdiendo amigos por diversas diferencias, pero casi siempre era algo pacífico. Digamos que un distanciamiento no conversado, pero tampoco lleno de amarguras. Tanto esas amistades como yo coincidimos en que ya no estábamos en la misma página.
Y eso es normal, aunque creo que es más sano que te replantees tus amistades y converses con ellas para saber si están en la misma página.
En mi caso, esta lección me costó porque preferí aguantar muchas cosas de unas cuantas personas por no uno, sino dos o hasta más años. Más adelante lo mencionaré.
Sanar te tomará más tiempo del que crees
El proceso de sanación no es lineal. Tendrás altibajos. Tendrás buenos días, malos días, noches de insomnio, otras de llanto, otras de risa, y así sucesivamente. Lo que sí te puedo asegurar es que siempre valdrá la pena, y que los 20s suelen ser una década maravillosa para comenzar a sanar heridas.
Creo que nunca es tarde para iniciar el proceso de sanación, pero en los 20 puedes aprovechar muchas cosas para conectar contigo. Lo mejor es hacerlo con un terapeuta profesional, pero si no se te hace posible, no te preocupes, puedes iniciar el proceso con las herramientas que tengas.
Solo recuerda que sanar no significa siempre estar feliz o que con una pastilla mágica todo cambiará. Sanar es más conocerte y explorarte, y por eso no es algo que surja de la noche a la mañana. Toma tiempo, en muchos casos años, y eso está bien.
Poco a poco te alejarás de lo que te hace daño
Esto es una continuación de las amistades que vas perdiendo. En los 20s, muy probablemente te vayas alejando de todo lo que te hace daño. A veces sin darte cuenta.
A mi me tomó mucho tiempo entender que me rodeaba de cosas dañinas, las cuales debía alejar sí o sí por mi bienestar mental. Primero fue mi ambiente, pues al emigrar surgieron situaciones en mi vida que me llenaron de ansiedad en donde vivía, y por eso decidí alejarme de ese ambiente para poder armar uno en el que me sintiera más cómoda.
Luego fueron mis hábitos, así que decidí cambiarlos lentamente con ayuda de mi terapeuta. Ojo, este tema es delicado porque se requiere mucha gentileza y flexibilidad con uno mismo, pues no existen rutinas perfectas. Me atrevo a decir que los hábitos también forman parte de muchas lecciones de vida, pero hay que ser cuidadosos con ellos.
Y lo último pero más difícil para mi fue alejarme de personas. Tengo muchas heridas de mi niña interna, y por eso me aferré a varias personas en los últimos años, sin importar si estas personas me lastimaban, me cargaran emocionalmente, o me generaran ansiedad.
Me hice la ciega con todo eso. Incluso dejé de ser yo misma con tal de “encajar” con estas personas, sin darme cuenta que ese era el mayor “red flag” del asunto, y solo yo estaba causándolo. No fue sino hasta que pasó lo peor para darme cuenta que en efecto, necesitaba alejarme de todo ese círculo. Mi prioridad era mi paz mental, no la validez externa.
Antes de que te pase lo peor, o antes de que te sumerjas en un vórtice de tristeza, te recuerdo que los 20 son la mejor etapa para ir alejándote de lo que ya no te hace bien.
La mayor mentira de la adolescencia: no eres “viejo” a los 30
Por último, pero no menos importante: no eres viejo por tener 30 años. Es una mentira que tomamos en la adolescencia, y es una de las lecciones de vida más importantes.
A mis 15 años veía los 30 como una edad lejana, y una edad de “gente mayor”. Ahora que ya tengo 30 veo con cariño a esa quinceañera, pues estaba llena de ingenuidad y mucho por conocer.
Los 30 son solo otra etapa más para seguir conociéndote y afrontando nuevos retos, así que no temas. Cumplirlos es más emocionante de lo que crees.