Consejos,  Opiniones Desenfrenadas

Te cuento mi historia con la depresión

¿Para usted la vida tiene sentido?” fue la pregunta que me dejó intacta por unos segundos. Fue la pregunta que realmente se adentró dentro de mi para así susurrar con una voz muy decaída: no, la vida no tiene sentido para mí. Y de ahí, pasado unos minutos, el doctor me dejó claro mi diagnóstico de depresión crónica.

Si bien era algo que veía venir, y que no me sorprendió, no niego que de todas maneras me dolía bastante verlo de manera directa luego de varias pruebas. Luego de ese diagnóstico entendí que ya no iba a poder lidiar con esto solo con mindfulness o journaling, que me hacía falta más que eso.

La depresión todavía es un tema tabú para algunos, y por eso hoy cuento mi historia, para quizás así dar un pequeño apoyo a quienes pasan por algo similar. También con esto expresar porqué me he alejado de tantas cosas últimamente.

Antecedentes de más de 10 años

No tuve una infancia fácil. En realidad, no he tenido una vida fácil. He pasado por unas cuantas experiencias traumáticas que han afectado mi salud mental por años. No busco victimizarme con esto, pero si dar un poco de contexto para entender mejor el porqué de algunas cosas.

Mis relaciones familiares fueron complicadas por varios motivos que dudo mucho pueda detallar en este post. No tanto por considerarlo algo muy íntimo, sino por ser tantos eventos que no alcanzaría el espacio.

Lo que puedo explicar de manera general es que sufrí mucho con la violencia familiar, tanto verbal como física. No solo conmigo directamente, sino entre familiares. A estas alturas ya no hay rencor con eso porque mi familia también pasó por diferentes traumas que fueron calando hasta llegar al punto de violencia. Aun así, claramente no merecía lo que pasé de niña.

También sufrí de bullying en la escuela por ser muy emocional (lloraba mucho) y por mi apariencia física. Eso sin contar que, por problemas hormonales, me desarrollé muy joven y por eso muchos señores en la calle me sexualizaban teniendo tan solo 9 años.

Todas estas cosas se fueron acumulando en mi hasta llegar a mi preadolescencia. A los 12 años entré en mi primera crisis emocional donde lloré por horas porque no sabía qué hacer con mi cuerpo y con lo que sentía. La única alternativa que vi en ese momento era cortar mis muñecas. Y eso fue lo que hice por casi toda mi adolescencia…la autolesión fue una de mis herramientas, pero evidentemente la menos sana.

Sobre mi adolescencia

En plena adolescencia sufrí de abuso sexual y cyberbullying, cosa que también me marcó mucho y quizás fue lo que, con el tiempo, desató mi primer episodio depresivo. Todo empezó con la comida, pues ya no comía más que una bolsa de Doritos y quizás medio pan al día, porque sentía que comer era innecesario…

Luego vino intentos de suicidio y las ganas de no pararme de la cama ni hacer nada. Tenía problemas con los estudios, con la concentración, ya ni siquiera disfrutaba mis hobbies como de costumbre. Todo esto desencadenó anorexia, insomnio severo, anemia e incluso gastritis.

Mi mamá si notó todo esto a tiempo para llevarme al médico y de ahí iniciar un tratamiento que duró varias semanas. Fue un tratamiento espantoso para tener 15 años porque eran muchos antibióticos, vitaminas, una alimentación insípida pero necesaria, y pastillas para dormir. No me habían recetado antidepresivos por la edad y porque tenían que hacerme otras pruebas primero (las cuales nunca hice, cabe destacar).

Con el tiempo el tratamiento funcionó y empecé a recibir mis primeras terapias psicológicas. Fue un proceso lento, pero efectivo. Ya a mis 16 años y cerca de mis 17 estaba mejor. Todavía me costaban varias cosas, pero me sentía mejor…hasta que entré en mi primera y única relación abusiva.

Si bien esa relación solo duro año y medio, fue extremadamente traumática para mí. Sufrí muchísimo maltrato psicológico y en más de una ocasión físico. La relación terminó de manera dolorosa y para variar, con acompañamiento de cyberbullying. Eso hizo que cerrara mis redes sociales por varios meses antes de volver a socializar.

Entrando a la adultez

Entre mis 19-20 años hice desastre con mi salud y viví sumergida en círculos sociales bastante nocivos para mí. Solo buscaba aprobación externa como sea, así me costase mi propia estabilidad y paz mental.

Esto hizo que tuviese dependencia al alcohol por un año. Gracias a mis amistades más cercanas y algunos familiares, no terminó siendo una adicción (y menos mal).

Me atrevo a decir que recién iniciando mi segunda y amada carrera (comunicación social) todo empezó a mejorar bastante. Empecé a enfocarme más en mí, a distanciarme de lo que me hacía daño, y a hacer amistades muy bonitas. Además, conocí a mi ahora prometido, quien me ha apoyado hasta el final.

Cuando la depresión te consume la salud

Si bien me sentí mejor luego de mis 20, inevitablemente caía en huecos al menos un par de veces al año. También sentía extrañas sensaciones en mi cuerpo.

Más de una vez sentí crisis ansiosas y en una ocasión un ataque de pánico. Me frustraba fácilmente y llegaba a tener discusiones muy fuertes todavía con mi familia. En algunos casos estas escalaban a gritos y lanzar cosas, pese a que yo no entendía por qué mi reacción, si dentro de todo me sentía “bien”.

Con el pasar de los años y la crisis en Venezuela, inevitablemente volví a caer en otro episodio bastante fuerte en el 2017. Había bajado de peso otra vez y me sentía desorientada. Estaba en una buena posición laboral y tenía amigos, pero me seguía sintiendo “sola” y desamparada…

Luego de emigrar con mi prometido, sentí que mi vida cambiaría para bien. A los meses inevitablemente me sentía algo nostálgica, pero dentro de todo cómoda.

Aun así, pasaron varias cosas relacionadas a mi familia que de nuevo me tumbaron y otra vez me sumergieron en más episodios depresivos. Tuve otro intento de suicidio, el cual hizo que finalmente volviera a terapia por mi cuenta con un psicólogo que hasta ahora aprecio un montón.

Con todo esto en cuenta, fui entendiendo que algo no andaba bien en mi cerebro. Seguía teniendo problemas para dormir, a veces pasaba días comiendo muy poco, y otros comiendo desesperadamente. Me salían espinillas, se me caía el pelo, a veces me temblaban las manos. No entendía el motivo de todo esto…

Básicamente era la depresión aliándose con otra carga y haciendo estragos en mi cuerpo…

Cuando la ansiedad se vuelve tu nueva carga

Gracias a mi terapeuta en ese entonces, entendí que también tenía rasgos ansiosos que debía vigilar. No suprimirlos, pero sí atenderlos a través de varias técnicas que hasta ahora me ayudan bastante.

La ansiedad estaba presente en mi vida desde adolescente sin que me diera cuenta. Era la taquicardia, la presión en el pecho, los pensamientos intrusivos a diario, las manos temblorosas, las pesadillas, el insomnio, los problemas para comer, e incluso la gastritis.

La ansiedad se alió con mi depresión. No las noté al principio, pensaba que todo lo que me pasaba y sentía era normal. Pero no lo era…

Sintomatización al máximo

Pasado un par de años de terapia me sentía mucho mejor. Pese a la pandemia, me sentía estable porque al fin me había independizado de mi familia con mi prometido y tenía una vida decente pese a todo.

Todo me parecía normal. Pero no podía evitar extrañarme por seguir de vez en cuando sintiéndome extraña, fuera de mí, sin ganas de salir de la cama, a veces sin comer, sin ganas de dedicarme a mis hobbies, abandonando el blog, etc.

De hecho, llegué a formar relaciones amistosas con cualquier persona con tal de sentirme “acompañada” y quizás despejarme de esas emociones raras, que al final solo eran consecuencia de la depresión. A la larga, fue peor sembrar esas relaciones, pues terminé rodeándome de personas que en realidad me hacían daño y a cambio yo también les hacía daño.

A estas alturas ya alejé a toda esa gente, pero igual fue doloroso sentir que me había traicionado a mí misma al nunca haber puesto límites claros.

Todo esto que les he contado lo llevaba arrastrando por años, hasta que este 2022 creo que finalmente todo explotó. Comenzó con un ataque de pánico severo que no sentía desde hace años. Sentí en ese momento que me iba a morir.

De ahí empecé a desarrollar síntomas ansiosos a diario, y cada vez más severos. Despersonalización, escalofríos, insomnio, reflujo estomacal, taquicardia, migrañas, dolores en los brazos, debilidad y mareos, por mencionar algunos.

Me hice varios chequeos médicos y como era de esperarse, no tenía nada fuera de lo común, salvo un pequeño desarreglo hormonal que tengo desde niña (nada grave).

Sobre antidepresivos y ansiolíticos

Con toda esa sintomatización encima, nuevamente caí en otro hueco. Otra vez vinieron esos pensamientos extraños de que nada tiene sentido, de que lo mejor era solo desaparecer de aquí, que ya estaba cansada de vivir así.

Además, siempre sentía esa carga extraña de que jamás me distanciaría sanamente de mis problemas familiares, sería algo que siempre arrastraría encima y que por eso no tenía sentido vivir. No podía evitar pensarlo, era una idea que venía a cada rato.

En ese momento estaba tomando una nueva terapia, la terapia EMDR, la cual me ayudó un montón. Pero al mismo tiempo, me recomendaron ir a un psiquiatra para dar mejor con lo que andaba pasando en mi cerebro.

La consulta con el psiquiatra me cambió todo. Por primera vez sentí que me hacían preguntas necesarias y análisis muy asertivos sobre mi vida y pensamientos. Fue de ahí que el psiquiatra, con una voz muy amable me aclaró mi diagnóstico: depresión crónica con ansiedad (comórbida).

Y fue de ahí que por primera vez me recetaron antidepresivos y ansiolíticos. No niego que era uno de mis mayores temores por el cliché de algunas personas diciendo que “te la pasarás drogado” o “dormido” o “sin sentimientos”, pero nada que ver.

Al principio el tratamiento fue fuerte. Los primeros días no aguantaba los efectos secundarios que iban desde temblores, hasta insomnio, e incluso sensaciones raras en la garganta. Aunque parezca irónico porque tomaba también ansiolíticos, era bastante normal, pues mi cuerpo no estaba acostumbrado a tantos reguladores para mi cerebro.

En estos momentos ya no tomo ansiolíticos, solo antidepresivos y un anti convulsionante para manejar mejor cualquier arranque emocional.

Pero más allá de las pastillas, continué mi terapia y también me concentré de nuevo en mi para ir equilibrando mis emociones.

Un día a la vez

Quizás mi historia parezca un tanto aburrida y que no ahonda tanto en la depresión como otros casos, pero quería compartirla para abrirme ante ustedes y darles a entender por qué a veces no estoy, y también porqué la salud mental es tan importante.

Este año ha sido caótico para mí. Justo en pleno tratamiento con pastillas empezó una situación familiar bastante complicada y al mismo tiempo surgieron otros problemas personales que todavía estoy trabajando. Pero debo confesarlo, sin las pastillas y sin la terapia, no sé qué sería de mi en estos momentos.

El miedo que sentía de las pastillas fue cambiando a aceptación. Hoy no me da pena decir que sí, sufro de depresión crónica y ansiedad, pero ellas no me definen. Tomo antidepresivos, pero es para mi bien. Sigo tomando terapia, pero eso evidencia lo mucho que hago por mi salud mental.

Todavía falta mucho qué recorrer con el tema de salud mental. Recién a esta edad, a mis 30 años, entendí que no era normal muchas cosas que por años me parecían corrientes, incluyendo pensar en desaparecer o creer que está bien sentir melancolía casi a diario.

Hoy más que nunca quiero dar mi granito de arena con este tema. Hoy más que nunca quiero ser un abrazo digital para cualquier persona que pase por una situación así. La depresión muchas veces nos hace sentir solos, como si fuese un camino que nadie más entiende, pero en realidad, si podemos recibir mucho apoyo de distintas maneras.

Aquí estoy todavía en pie, aceptando mis emociones, aceptando ambos trastornos para aprender a lidiar con ellos y así no volverlos mi personalidad. Aquí estoy también para escuchar a cualquier persona que se sienta desesperanzada.

Este blog es un espacio seguro, y así se mantendrá.

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